Sunday, April 20, 2008

EDUCACION TRAS LAS REJAS







EDUCACIÓN TRAS LAS REJAS

Mañana de viernes. 14 de marzo, 10:00 horas. Día convenido para conocer el mundo detrás de las rejas:

El Complejo Carcelario Andrés Abregú de Cruz del Eje.

Por Verónica Cardozo

El sol cae a pique sobre el asfalto, aún sin terminar, en las 15 cuadras que transitamos hasta llegar a la cárcel.
El calor es insoportable.
A medida que las calles quedan atrás, el temor a lo extraño nos domina. Vamos en silencio, hasta que el sonido de la puerta de hierro a nuestras espaldas, cerrándose, nos hace tomar conciencia que inicia la aventura.
Rejas, pasillos oscuros, el aire algo espeso y los ojos vigilantes de los guardiacárceles nos transportan hacia un lugar ajeno a nuestras cotidianeidades, pequeñas ante las nuevas circunstancias.
Un pasillo blanco, limpio, lleno de afiches con frases y figuras, de esos que hacen las maestras, nos sumerge en otra realidad dentro de esta nueva. Y a los costados, salas con alumnos que casi no entran en las mesas con sus cuerpos grandes y acobardados de tiempos. Atentos a las explicaciones pero más a nosotros.
Una maestra expone una y otra vez los pasos de una división en la pizarra y un alumno, mientras, con una sonrisa contagiosa muestra con orgullo la cuenta resuelta.
Algunos, tan concentrados sobre sus cuadernos maniobran sus sentidos en enlazar letras.
Cada sala es un mundo en que se vive algo. Cuentas, lecturas, cartulinas con dibujos pintados con témpera, casitas y barquitos elaborados con fósforos y ganas de sujetar el tiempo que se escapa o dejar escapar el tiempo que los ahoga.
Y en el salón mas grande, la biblioteca. Tres reclusos sentados. Dos de ellos leyendo unos apuntes, el tercero, sellando pacientemente los libros de hojas amarillentas y gastadas.
Pocos libros. Necesitan más libros, quizá no sólo pueden soñar mientras duermen, sino que a través de la lectura también recordar lo que es la libertad.
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Otro pasillo, más rejas y sonidos sordos, más ojos y pasos firmes detrás de nosotros, vigilándolos…, vigilándonos.
Llegamos al taller textil. Repleto de máquinas de coser modernas, surfiladoras, planchas de vapor, moldes sobre mesas grandes y cómodas, telas y muchos ojos que se encuentran con los nuestros. Algunas sonrisas tímidas al ver que los observamos, las manos extendidas en un fuerte apretón.
No se puede charlar con todos los presos, sólo algunas frases cortas de algo trivial.
Pero uno siempre tiene "esa" interrogación, que se filtra en un instante, sin querer, y en el momento más inoportuno. Al saludar con un hola estamos gritando dentro nuestro ¿Qué habrán hecho? ¿En qué momento el destino le jugó una mala pasada que los hizo estar en el lugar y momento equivocado? ¿Qué los llevó a eso? ¿Qué pasará por su cabeza al observarnos? Muchos ¿Por qué?
Aquí son más jóvenes, muchachos con sus cabellos cortos, su ropa limpia y prolija y haciendo chistes silenciosos como si en verdad estuvieran trabajando en un taller común de un barrio común…hasta que, al darnos vuelta, de nuevo las rejas, los ojos vigilantes, más y más guardias que nos observan.
Limpian su celda temprano, desayunan, estudian por la mañana, talleres por la tarde, gimnasia alguna vez en la semana, un poco de fútbol, visitas los viernes, sábados y domingo si sus familiares lo recuerdan. Y la espera. Una compañera docente cuenta. "Al tomar un examen en la cárcel, uno de los alumnos no pudo aprobar, preocupada le dije: “Lo siento pero no estás suficientemente preparado”. “No importa”, respondió él, “tengo aún siete años acá adentro y tiempo de sobra para aprobar”.
Por eso, nos preguntamos, ¿Qué es el tiempo? Qué diferente es la definición de tiempo en el encierro. Y del otro lado, cuando este transcurre que ya no es igual.
Otra profesora dice que muchos estudian y se esfuerzan porque si fallan, si no cumplen, si no adelantan; pierden la oportunidad de seguir en “la escuela” y eso significa ya no pertenecer al mundo, no tener el contacto con alguien que viene de “afuera”, ese docente que lo hace sentir que está vivo.

Al salir del lugar, mis pulmones se llenan de aire, en el cielo un jote a baja altura planea con sus alas libres, unos niños gritan en una canchita cercana detrás de una pelota, un perro rasca sus pulgas y se adormila debajo de la sombra de un aguaribay y cerca, una gallina picotea con intensidad el costado de una piedra enterrada.

A lo lejos, se clausura de un golpe la puerta de hierro celeste de la cárcel y detrás de ella, encerrados, quedan mis prejuicios y mis preconceptos.
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A los días, escucho en la radio, que un oyente dice, “las cárceles deberían ser de vidrio, para que los presos sigan insertos en la sociedad, aunque estén encerrados”. Para otra mujer está bien que “ayuden con su trabajo a sus familias, que no tienen la culpa de lo que ellos hicieron…”.
Otro prefería, sin anestesia, “matarlos a todos…”.

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