Wednesday, August 02, 2006

MANUEL PUIG "El exquisito encanto de lo popular"

Por Verónica Cardozo

Un homosexual enamorado de un revolucionario, una mujer infeliz en su matrimonio idealizando su amor de juventud que murió tuberculoso en Córdoba, un niño que jamás terminó de crecer amparado ante una pantalla de cine: las voces de los personajes que Manuel apresó y eternizó en sus obras.

Tarde de miércoles. Una mujer y su hijo, hundidos en las butacas del Cine Español, en General Villegas, observaban hechizados la pantalla que comenzaba a emitir las primeras escenas de una película.
Male, la madre y Juan Manuel, el niño, compartían ese mágico espacio de ensueños que, al pasar los años, él eternizaría a través de sus guiones convertidos en libros.
“En la pequeña pantalla de cine de una ciudad pequeña - recuerda ya adulto - se proyectaba cada semana una realidad paralela”.
El pequeño era un apasionado del cine, allí se sentía cómodo, tranquilo y ausente de la realidad de ese pueblo en el cual no importaba “que las cosas pasaran sino que se supieran”.
El cine representaba el pasaje hacia otro sitio, rebasando esa frontera que se iniciaba cuando “las luces de la sala se apagaban y los nombres de la estrellas aparecían en la pantalla”.
Terriblemente sensible, sagaz observador del mundo que lo rodeaba, mortificado por no poder cambiar algunas cosas que lo angustiaban, ese niño con el tiempo reflejaría en sus novelas la realidad de una sociedad que le resultaba incomprensible y hostil, haciendo una radiografía de la hipocresía, la falsa moral y el machismo de la clase media.
Él mismo diría que “la clase media de aquel tiempo estaba como rindiendo examen constantemente. Lo que se imponía era el autocontrol, la represión en todos sus aspectos, empezando por el sexual, con ese ritual de la seducción y el posterior abandono que lo caracterizaba”. Ese niño se llamaba Manuel Puig.
Nació en General Villegas, Provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1932.
Su madre Male trabajaba en una farmacia y su padre, Baldomero Puig, era fraccionador de vinos, hombre totalitario que creía - como el modelo de familia de esa época lo imponía - que debía ser fuerte no desde los afectos sino desde la autoridad.
Cada vez que los compañeros de Manuel lo golpeaban en la escuela o se burlaban de él, el padre - para endurecerlo -, le prohibía ir al cine por una semana o un mes; terrible castigo para el retraído cinéfílo.
Desde muy pequeño comenzó a estudiar inglés y más tarde italiano y francés, idiomas del cine que admiraba. En 1946 se trasladó a Buenos Aires - al Wards de Ramos Mejía - para empezar como pupilo en la escuela secundaria y en 1951 inició sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, viajando en 1956 a Roma, con una beca del gobierno italiano para estudiar dirección cinematográfica en el Centro Sperimentale di Cinematografia, tiempo en el cuál comenzó sus estudios de alemán. Pasó luego por Londres y Estocolmo, donde enseñó español e italiano, trabajando como lavacopas o telefonista, donde escribió sus primeros guiones para películas. Entre 1961 y 1962 trabajó como asistente de dirección en diversos filmes en Buenos Aires y Roma. Es así que en 1963 se mudó a New York, donde decidió delinear un guión sobre su infancia, basado en los recuerdos de General Villegas que, en la ficción se llamaría Coronel Vallejos, y él mismo, Juan Manuel, asumiría la identidad de Toto, un niño que nunca crecía y por el cual pasaban, las habladurías del pueblo.
Ese pueblo en donde se había enamorado de los filmes y las divas de la edad de oro de Hollywood, ese mismo pueblo que lo miraba en forma extraña por sus primeras inclinaciones homosexuales.
La investigadora Graciela Goldchluk aclara que “para explicar los problemas, Puig necesitaba contar historias. Escribió su primera novela para explicarse por qué estaba donde estaba a los 30 años, sin una carrera hecha”.
La investigadora es la responsable del libro Un destino melodramático, que vio la luz en marzo del año pasado gracias a que ella pasó años abriendo cajas y revisando servilletas garabateadas en la vivienda de la madre de Puig.
“Soy como alguien que busca oro en el río. Pone el cedazo y quedan las pepitas”, dijo Goldchluk, definiendo al contenido del libro como “textos que contienen un relato pero que no son cuentos”. Libro que marca el inicio de la editorial El Cuenco de Plata.

Sus obras
La traición de Rita Hayworth estaba terminada a fines de marzo de 1965, Puig se la dio a Juan Goytisolo - escritor español y amigo - quien le sugirió la idea de enviar el manuscrito al concurso de Seix Barral.
Fue una de las obras más originales que se habían escrito en América Latina en la época; original por el tema - la paranoia por el cine de una familia de provincia -, y además por la estructura que el autor manejara con soltura.
Esa primera novela estableció el punto de partida hacia las obras que vendrían; al contar las historias, tomaba todos los registros y voces, alteraba los narradores y medios de narrar incluyendo notas de revistas y radionovelas. Diría en ese momento Manuel Puig: "Toda esa afición por lo oral me viene de mi origen provinciano. Allá en la provincia en los últimos 30 y en los 40 no había televisión y se conversaba mucho".
Como definió Piglia, "después de la vanguardia, Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares".

Los amigos por siempre…
Hay una anécdota que cuenta Guillermo Cabrera Infante, el escritor cubano fallecido el 21 del mes pasado, quien compartía la pasión por el cine con Manuel Puig, que dice: “Las primeras cartas de Manuel que leí me las dio en La Habana su íntimo amigo, que también lo fue mío, el eminente fotógrafo Néstor Almendros. Manuel firmaba esas cartas con su seudónimo para un alter ego, Sally, el nombre que tomó prestado de su ídolo, Rita Hayworth, en `My Gal Sal´ (1942), una película menor para un mito mayor. (…) Pasaron algunos años (…) Yo vivía en Madrid pero había viajado a Barcelona a entregar el manuscrito de `Tres tristes tigres´ (publicada en 1965, que llegaría a ser una obra de gran notoriedad internacional) a Carlos Barral, el director literario de la editorial Seix-Barral y jefe del jurado que me había otorgado el primer premio dos años antes. (…) le pregunté a Carlos por el posible ganador del Premio Biblioteca Breve ese año. Carlos me dijo que había dos novelas favoritas, una de ellas se llamaba `La traición de Rita Hayworth´. En ese entonces el título de `La traición de…´ era tan inusitado, inaudito que salté ante su mera mención y dije – vehemente - que debía ganar el premio solamente por su título”.
El remordimiento (o la culpa o las dos cosas juntas) hizo que Barral detestara la novela de Puig y así se ganó un puesto de honor en el diccionario de las malas decisiones el mismo editor que en quince meses había rechazado tres novelas inéditas: La traición de Rita Hayworth, en primer término, De donde son los cantantes de Severo Sarduy y Cien años de soledad, de García Márquez. (¿Es éste un récord?).
Mas tarde Puig recordaría la entrevista con Barral en Barcelona diciendo: "El era rico, tenía clase y era comunista; yo era de hábitos frugales y sólo socialista”. En realidad el escritor fue muy crítico con la política cubana, que perseguía a los homosexuales, y con los intelectuales occidentales que, según él, "hacían turismo gratis yendo a la isla para adular a Castro". Barral, que acababa de volver de Cuba, pensó que Puig lo estaba insultando en su propia cara. El libro, que ya estaba casi aprobado, no salió. Se le permitió presentarlo al Premio Biblioteca Breve. La traición… resultó finalista, pero Mario Vargas Llosa amenazó con dejar el jurado si ganaba "ese argentino que escribe como Corín Tellado". En 1967, la novela fue a parar a manos de Francisco Porrúa, director de Sudamericana. Porrúa decide editarla, pero enfrenta otro tipo de problemas: era la época de Carlos Onganía y la censura estaba a la orden del día. Sudamericana tampoco lo editó. En 1968, por fin, lo publica Jorge Álvarez. La novela apareció en 1968, y en 1969 era proclamada como la mejor del período 1968-1969 por el periódico Le Monde.
Tomás Eloy Martínez cuenta que la primera vez que oyó hablar de Manuel Puig fue en 1967, cuando el editor catalán Carlos Barral lo llamó por teléfono al semanario Primera Plana - del que él era entonces jefe de redacción - para contarle que un "prodigioso escritor argentino" había perdido por un margen de dos votos el premio de novela Biblioteca Breve.
El editor quería que se le haga una entrevista y les dijo que “Juan Puig” estaría en el aeropuerto Kennedy “…a la espera de que aparezca una estrella de cine".
La nota se tituló "Retrato del novelista desconocido", sin saber que, años después se convertiría en uno de los grandes escritores argentinos.
Guillermo Saccomanno recuerda que en el momento en que apareció esta novela, él tenía 20 años y se la devoró. Comparándolo con Rodolfo Walsh explica: “Tanto Puig como Walsh proceden del interior. Ambos están implicados en la tensión centro-periferia, que se expresa en la elección de escrituras marginales (el folletín, el cine, la novela policial, el periodismo). Al adoptar el melodrama, Puig no sólo asume estar de parte de las víctimas. Elige sus voces y ellas son reales. La lucha de clases es también lucha de discursos”.
Boquitas Pintadas, vería la luz en el año1969 e inmediatamente se convertiría en best-seller. Es una novela epistolar, historias de vidas a través de cartas enviadas por las protagonistas mientras que el tiempo transcurre.
Esta novela trataba de “la cursilería”, - según afirmaba el autor - “porque al tener que ocuparme de esos personajes, era inevitable. Interpretaba la cursilería como un fenómeno originado en argentinos de primera generación. Tú sabes que la masa de la población argentina fue formada por la inmigración de principios de siglo, sobre todo italianos, y esos campesinos que llegaron para cambiar de `status´ era gente que venía a olvidar sus tradiciones, no a continuarlas (…) los hijos tuvieron que inventarse un idioma porque en la casa no aprendían el español. Allí sólo se hablaban dialectos. Este estilo de vida y este idioma que tuvieron que aprender, sobre todo en la calle, debió echar mano a modelos totalmente irreales, como el cancionero, los subtítulos del cine, la radio, el periodismo más popular y, en particular, el tono truculento del tango. Esos modelos, además de irreales eran retóricos. ¡Ah!, me olvidaba: también estaba el lenguaje ultraretórico de los libros de lectura en la escuela primaria. Existía, en todos ellos, el deseo de mejorar, de acceder a otro nivel, pero el ideal de fineza y elegancia sólo los conducía a la cursilería”.
Si bien el escritor nunca tuvo una militancia ideológica, tenía una particular valentía para defender sus puntos de vista a través de sus obras. Enfrentado al peronismo,
a los sectores izquierdistas y proguerrilleros de ese movimiento y a los militares, sus libros sufrieron prohibiciones teniendo que poner distancia con la Argentina.
En 1973 aparece su tercera novela: The Buenos Aires Affair, reflejando en la ficción la burla a Juan Perón y las teorías movimientistas de la época. Su homosexualidad también impregnó las páginas de las ficciones, aunque en realidad sus reflexiones sobre la sexualidad fueron siempre complejas y abarcaban tanto al hombre como a la mujer.
En 1975 recibió amenazas de la Triple A, en el `76 fue prohibido por los militares.
Después de repetidas amenazas telefónicas, Puig abandonó la Argentina para establecerse en México, donde terminó su tercer libro en 1976.
El beso de la mujer araña, fue prohibido de inmediato en la Argentina.
Es la historia de dos hombres que están encarcelados juntos pero, son totalmente diferentes a pesar de sufrir la misma injusticia de un orden represivo.
Los protagonistas son Valentín Arregui Paz, ideólogo y aspirante a revolucionario y Luis Molina, decorador de vidrieras, homosexual y aspirante a “mujer fatal”.
En el transcurso del libro, Molina le narra a su compañero distintas películas que vio en su infancia, se hacen amigos hasta que el revolucionario accede a tener relaciones con el homosexual, ante lo que Puig dice: “Lo que lo mueve, para mí, es la necesidad de dar algo, a cambio o en pago, de lo mucho recibido. Se siente muy pobre, no tiene otra forma de responder a toda la bondad del otro. El factor inicial es la piedad. Luego, claro, juegan otros factores. Pero es la piedad la que hace superar los prejuicios”.
Al final de la novela Molina es asesinado por los compañeros de Valentín, por los revolucionarios, pero es él el que lo pide antes de que la policía descubra una cita mediante la cual ayudaría a los revolucionarios, porque sabe que si lo apresan no va a tener la fuerza de no hablar y así es que prefiere morir, quedar limpio a los ojos de la persona amada, en un sentido romántico y muy femenino ¿no? Porque antes que nada, para él está el rol que se ha elegido en la vida. Por lo demás, toda la novela es una reflexión sobre los roles; los dos personajes están oprimidos, prisioneros de los mismos, y lo interesante es que en un cierto momento logran huir de los personajes que se han impuesto. Pero no es que superen todos los límites; Molina queda como la heroína romántica que elige la muerte bella, el sacrificio por el hombre amado.
En 1979 apareció Pubis angelical, donde la obra relata una historia desdoblada en dos planos paralelos, correspondientes a la psiquis de la protagonista.
En el conciente es una mujer enferma en una clínica que, a través de su vida amorosa, da claves de la historia argentina y, en el plano del inconciente, expresa peripecias imaginarias que empiezan en Europa en los años treinta. Ambos planos muestran el amor desdichado y traicionado.
Puig en 1981 se radicó en Río de Janeiro, Brasil. En 1988 apareció su última novela, Cae la noche tropical. Un año después abandonó Brasil para volver a México, estableciéndose con su madre en Cuernavaca. Dejó inconclusa su novena novela: Humedad relativa: 95%., ya que murió el año 1990.
Puig y el cine
En 1974 se estrenó Boquitas Pintadas de Leopoldo Torres Nilsson, adaptación en la que Manuel Puig no quedó muy conforme, ya que se sintetizaba lo complejo de su literatura para adaptarla al cine.
En 1982 Pubis angelical, de Raúl de la Torre.
En 1985 el mismo escritor hizo la adaptación para cine de El beso de la mujer araña, filmada por el argentino Héctor Babenco. El actor Raúl Julia, sería Valentín, y William Hurt como Molina. Actuaría también Sonia Braga. El beso de la mujer araña tuvo un gran éxito y William Hurt recibió un Oscar por su interpretación de Molina. Llegó a todo el público por ser un tema universal, el amor sin barreras además de la denuncia a los regímenes dictatoriales y la clara posición a favor de la liberación sexual.

La muerte devoradora
El miércoles 18 de julio de 1990 a las diez de la mañana, Manuel estaba sentado en su estudio de Cuernavaca, escribiendo, cuando sintió algo en el vientre, un dolor punzante que lo hizo arquear el cuerpo de dolor, la noche había sido insoportable, se sentía abatido, sin entusiasmo, sin imaginación para continuar su trabajo."Estoy empezando a dudar de mí, mamá", le dijo a Male. Era una terrible enfermedad que lo acosaba, desconocida, persistente, tenaz, que le estaba quitando todo... lentamente.
A las diez y dos minutos regresó el dolor, mas intenso haciéndolo palidecer y desplomarse sobre su máquina de escribir.
A las tres de la tarde, lo llevaron al quirófano. Salió a las siete y media con un rostro distinto, con la piel tensa, la muerte lo estaba marcando de frente y no le daba chance.
Luego de dos días de estar en estado de coma, despertó diciendo cosas incongruentes, los médicos dijeron que le extirparon la vesícula y que estaba débil el corazón…
Manuel murió el domingo 22 al amanecer, en silencio, suave y obedientemente.
Como diría Cabrera Infante: “Su muerte súbita añadió misterio a las circunstancias extrañas en que ocurrió”.
Al tiempo su madre, recordándolo, diría: “A todas las personas les gusta que las quieran, pero él era más sensible que nadie a esas cosas”.

ESE CLARO OBJETO DEL DESEO

(o el increíble relato de una sesión de pareja que probó de forma indubitable que madre no hay una sola)
Por Alfredo Grande (*)
Especial para Letra VIVA Periodismo Gráfico

“Arroró mi niño, arroró mi amor, arroró producto, de inseminación”. Me estaba traicionando la atención flotante. Recurso técnico del psicoanalista para no descartar artificialmente, es decir, prejuiciosamente, las palabras del paciente. Dejarse llevarse por el oleaje del inconciente. Seguramente, la adulteración que había realizado de la canción de cuna era resultado del impacto del motivo de consulta.
Una de las mujeres tomó la palabra. “Lucia consulta porque está muy ansiosa. Me tiene preocupada”. Asentí. “Está embarazada de tres meses. El obstetra dice que anda todo muy bien”. Asentí. “Pero hace varias noches que no duerme o se despierta muchas veces”. Asentí. “Es cierto, quiero controlarlo pero no lo consigo. Tengo tantas ganas de tenerlo...pero siento tanto, pero tanto, tanto miedo...”. Asentí. Noté que la mujer que acompañaba a Lucia, la persona que había pedido la consulta, le toma con firmeza la mano. Asentí. “Muy bien, en cierto sentido es comprensible. ¿La señora es primeriza?”, pregunté con cierto aire de suponer la respuesta. “Si, doctor, soy profundamente primeriza”, contestó Lucía con una sonrisa tierna que yo no estaba en condiciones de registrar. Asentí. “¿Y porque no asistió el padre?” pregunté, mientras buscaba el talonario de recetas que parecía sufrir de fobia porque siempre se ocultaba. De reojo, con la mirada de chanfle, adiviné que las dos mujeres se miraban sorprendidas. “Somos lesbianas”, acotó la mujer que acompañaba a Lucia. No asentí. En verdad, hubiera querido ser talonario de recetas y permanecer oculto unos meses. “Felicitaciones”, se me escapó haciendo gala de una ridícula espontaneidad. Delicadamente pregunté: “Quiero decir, son lesbianas, pero usted Lucia, está embarazada”. Levanté las cejas como interrogando. Lucia a su vez levantó las cejas. Un silencio eterno de tres segundos compactó el tiempo. La mujer que acompañaba a Lucía me miró, no se aún si comprensiva o compasivamente. “Lucía fue inseminada así que va a tener un hijo”. Lucia protestó. “Vamos a tener un hijo”. Asentí sin saber que cosa estaba asintiendo. “Será un caso de folie a deux, la clásica locura de a dos descripta por los clásicos?”, pensé mientras la canción del arroró taladraba mi atormentado psiquismo. “Veamos” dije, aunque empezaba a comprender que el único ciego era yo. “La inseminaciòn artificial implica el reconocimiento de la necesidad del varón para la procreación consentida” dije, a pesar que cada palabra debía tener el mismo efecto que el opio a grandes dosis. La compañera de Lucia tosió. “Doctor, no consultamos por eso. Lucia está muy angustiada”. “Yo también, ¿o piensan que soy de caucho?”, casi deseaba que fueran telépatas, aunque fueran telépatas lesbianas. Si pudieran leer mis pensamientos quizá simplemente se marcharan. Era necesario que recuperara algo de la autoridad médica. “La ausencia de padre, es decir, de una ley que regula el exceso deseante hace que la angustia señal derrape”. Y para finalizar la patética intervención, agregué con un estilo blumbergiano “¿Me entiende?”. “Nosotras si, pero me parece que el que no entiende es usted”, agregó la mujer que acompañaba a Lucia y de la cual no podía recordar el nombre. Eso me enojó. Podría decirse que mi contratransferencia me jugó una mala pasada. Podría decirse, pero no lo digo. Simplemente me enojé. “Yo no entiendo, pero la que está angustiada es Lucia. Y como no va a estarlo cuando está embarazada y no hay señal ni marca de hombre, de padre, de familia?”. Ahora comprendo que mi intervención fue un acto de suicidio. Al menos, de suicidio científico. La mirada de Lucia fue un collage de sorpresa, pesar, congoja. Lentamente se levantó de la silla y le dijo a su (¿cómo diablos se llamaba?) compañera: “Vamos, este hombre no puede ayudarme”. En ese momento, solamente era reconocido por mi sexo manifiesto. Hombre...Algo debió percibirse en mi rostro que la compañera de Lucía se detuvo: “¿Por qué no puede entender? ¿Por qué no quiere entender?” Más que una pregunta, la sentí como una amarga comprobación. Volvieron por un instante algunos recuerdos de mi infancia, soldados a frases huecas. “Mamá me ama. Papá trabaja en el banco. Papas y apios. Salimos de vacaciones”. En realidad no podía entender porque no quería entender. Me senté nuevamente, con esa rara sensación de borrachera que agarra cuando uno se conecta con las emociones mas profundas. Ante un suave gesto de su compañera, Lucía también se sentó. “Podemos hacer un seguimiento de su embarazo. Si está angustiada toma medio de esto. Es inocuo para el bebé. En caso que esté sola....”. La compañera de Lucia me interrumpió. “Nunca va a estar sola. Nunca más”.
Ese nunca más taladró la corteza de mi memoria. Los relatos tantas veces escuchados tuvieron dimensión y consistencia. Mi madre esperando a su bebé sola, porque había preferido la soledad a la compañía de una madre acusadora. Mi padre fue una espera y una herida absurda. No hay angustia peor que desear lo que nunca jamás sucedió, cantó el poeta. Cuantas veces en la vida de una mujer, en la vida de tantos hijos no hubo padre. Hasta la minúscula es demasiado.
“¿Ustedes están seguras?”. Por primera vez, las dos sonrieron. “Tenga la total seguridad que es uno de los pocos casos de un claro objeto deseo”, me aclaró Lucia que parecía reconciliada con mi torpeza. Ya estábamos parados y las estaba acompañando a la salida. No era momento de pedirle a la compañera de Lucia que me dijera su nombre. Temía que mi curiosidad me delatara. Saludé con un beso a Lucía y a su compañera. Con dudas quise preguntarle. “Discúlpeme, pero usted es...?”. La compañera de Lucia me miró con ternura. “Sabe lo que pasa doctor...Madre no hay una sola”.
Y se fueron.
(*) Psiquiatra. Psicoanalista. Presidente Honorario de ATICO, Cooperativa de Trabajo en Salud Mental. Escritor, autor de Psicoanálisis Implicado (1996, 2002, 2004. Topía Editorial).

Monday, July 31, 2006

Peluche: compañera inseparable de andanzas

ALBERT CAMUS: Un extranjero en la frontera

Por Verónica Cardozo

La vida de Albert Camus oscila entre Argelia y Francia, el árabe y el francés, la naturaleza y la ciudad, la vida y la muerte, situaciones que tienen que ver con su espíritu inquieto y viajero.

Un hombre de cuarenta años llega en tren desde lejos a visitar la tumba de su padre muerto en la guerra, el encargado lo acompaña hasta el lugar. “Fue en ese momento cuando leyó sobre la lápida la fecha de nacimiento de su padre, percatándose entonces de haberla ignorado. Después leyó las dos fechas `1885 – 1914´ e hizo maquinalmente el cálculo: veintinueve años. De pronto le asaltó un pensamiento que lo sacudió incluso físicamente. El tenía cuarenta. El hombre enterrado bajo esa lápida, y que había sido su padre, era más joven que él”.
El instante le devolvía de golpe una certeza de la tragedia de esos años, de su propia tragedia, y antes de partir del lugar siente “ternura y compasión”, no de un hijo al recordar su padre muerto, “sino la piedad conmovida que un hombre formado siente ante el niño injustamente asesinado (…) Miraba las otras lápidas del entorno y reconocía por las fechas que ese suelo estaba sembrado de niños que habían sido los padres de hombres encanecidos que creían estar vivos en ese momento”.
Ese era el mundo en esos años de 1914, de 1945… con guerras irracionales portadoras de secuelas imborrables, destruyendo familias que necesitaron generaciones para reacomodar sus memorias y al mirar atrás; sólo recogieron los horrores del pasado ante la desmesura de la razón y el poder de conquista mas allá de los límites de la muerte.
“Había que remontar el tiempo a través de una memoria en sombras, nada era seguro. La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris. Tienen, claro está, la memoria del corazón, que es la mas segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga. El tiempo perdido solo lo recuperan los ricos”.

Años incomprensibles
Y en ese contexto nace Albert Camus el 7 de noviembre de 1913 en Mondoví, Argelia,
(por aquel tiempo colonia francesa), hijo de una campesina española analfabeta y un padre francés, que muere en la Primera Guerra Mundial cuando el niño tiene tres años, pasando su niñez en la mayor pobreza. En la casa no se habla nunca de Dios, “esa palabra, a decir verdad, jamás la había oído pronunciar durante toda su infancia, y él mismo le traía sin cuidado. La vida, misteriosa y resplandeciente, bastaba para colmarlo enteramente”. “Debe hacer la comunión”, decreta un día la abuela, encargada de la familia y sobre todo del adiestramiento del niño incluidos los castigos y bofetadas; “Cuando la abuela cogía el látigo llamado vergajo, que colgaba detrás de la puerta, y le daba tres o cuatro fustazos en las piernas y las nalgas que le quemaban hasta hacerle gritar (…) él se ponía tenso para evitar que le asomaran la lágrimas (…)”
Una mañana en que el niño ya cuenta con nueve años, lo toma de la mano y marchan a ver al cura, para concluir con el tema de la comunión. “En tres años estará perfectamente preparado”, asintió el cura. “No”, dijo la abuela secamente, “tiene que hacerla en seguida”. La abuela sacudía la cabeza como una vieja mula obstinada.
Finalmente, tras una instrucción religiosa de lo mas acelerada, el niño comulga un mes mas tarde. En una de las reuniones con el cura, en que los pequeños respondían mecánicamente las respuestas, el niño se distrae haciendo muecas con sus compañeros “¿Quién es Dios”, dice el cura, sorprendiéndolo en sus mohines y creyendo que eran hacia su persona.
Ante esto, lo hace adelantar y le da una bofetada que casi lo hace caer.“Y ahora vuelve a tu lugar, dijo el cura. El niño lo miró, sin una lágrima (y durante toda su vida sólo la bondad y el amor lo hicieron llorar, nunca el mal o la persecución, que fortalecían, por el contrario, su alma y su decisión), y regresó a su asiento. La parte derecha de la cara le ardía, tenía sabor a sangre en la boca. Con la punta de la lengua descubrió que por dentro la mejilla se había abierto y sangraba. Se tragó la sangre. (…)”
Inicia su escuela primaria y en la última etapa compartirá imborrables momentos con su maestro Germain (que Camus llamará en su novela autobiográfica, Bernard) cuyos recuerdos llevará para siempre. Este “había puesto todo el peso de hombre, en un momento dado, para modificar el destino de ese niño que dependía de él, y en efecto lo había modificado”. El maestro es quien lo ayuda para que Camus tenga posibilidad de ingresar al Liceo a hacer el bachillerato y lo logra porque día a día “En la clase del señor Germain, sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo”. El maestro se dedicaba a enseñarles pero también pasaba horas contando hechos de su infancia, historias de otros niños que había conocido antes y siempre, infaltable, de los horrores de la guerra…
Y llega el final de esa etapa.
“- Gracias, señor Bernard,-- decía, mientras el maestro acariciaba la cabeza del niño.
- Ya no me necesitas, tendrás otros maestros más sabios. Pero ya sabes dónde estoy, ven a verme si precisas que te ayude.
Se marchó y Jacques se quedó solo (…), y en lugar de la alegría del éxito, una inmensa pena de niño le estremeció el corazón, como si supiera de antemano que con ese éxito acababa de ser arrancado el mundo inocente y cálido de los pobres, mundo encerrado en sí mismo como una isla en la sociedad, pero en el que la miseria hace las veces de familia y de solidaridad, para ser arrojado a un mundo desconocido que no era el suyo, donde no podía creer que los maestros sean mas sabios que aquél cuyo corazón lo sabía todo (…)”.
Recibe una beca por ser hijo de una víctima de guerra y comenzar así el bachillerato pero antes, para poder asistir, debe consultar en su casa. “Mi abuela dice que somos demasiado pobres y que tengo que trabajar el año próximo”, le dice al maestro, y al preguntar éste por la opinión de su madre el niño baja los ojos y contesta: “Mi abuela es la que manda”. Al fin comienza el Liceo, intermediado cada verano por trabajos para aportar dinero a la casa, progresando cada día hasta llegar al quinto año de sus estudios convertido en todo un hombre. Un día, en que la aceptación de que su abuela le pegara llega a su fin, “le arrancó el vergajo de las manos enloquecido de violencia y rabia (…) y la abuela comprendió (…) y fue a encerrarse a su cuarto (…) el niño había muerto en aquel adolescente flaco y musculoso, de pelo revuelto y mirada exaltada (…) tres días antes, había gustado por primera vez, desfalleciente, la boca de una muchacha”.
Estudia luego filosofía y letras pero el destino tiene preparado otro desafío ya que a los17 años, se le declara la tuberculosis, lo que impide que trabaje de maestro.
El terror a la muerte comienza a obsesionarlo y años más tarde, dirá que imaginó a la tuberculosis como una enfermedad metafísica, descubriendo en ella armonías filosóficas, unidas a una aflicción. Su única salvación la ve en su voluntad “se puede uno curar, sólo basta con quererlo” afirma.
Inicia pronto su militancia activa contra el fascismo y deseoso de elaborar una verdadera cultura popular, se adhiere al Partido Comunista Francés en 1935.
A los 29 años tiene escritos tres libros ya clásicos en la literatura hoy, El extranjero (novela), El mito de Sísifo (ensayo) y Calígula (obra de teatro).
Se dedica al periodismo como corresponsal del Alter Republicain y más adelante en Francia en el Paris- soir. Durante la Segunda Guerra Mundial es miembro activo de la Resistencia francesa contra los alemanes y junto a otros, crea el diario `Combat – de la Resistencia a la Revolución´, que publica en la clandestinidad.
Tras la liberación de París (Francia) en 1944, Camus se mantiene en el periódico como redactor en jefe. Es una voz en medio de la confusión después de tanta muerte y odio: “Al odio de los verdugos ha respondido el odio de las víctimas. Una vez más damos la victoria al enemigo” reflexiona.
En 1946 viaja a Estados Unidos a dar unas conferencias pero se ve dificultado su ingreso por información que maneja de él, el FBI. Conoce a Victoria Ocampo, quien lo invita a la Argentina y en 1949, recorre además Brasil, Uruguay y Chile hospedándose en la casa de la escritora en San Isidro, Buenos Aires (hoy Museo). No da conferencias, ya que el Ministro de Cultura quiere leer antes lo que se va a decir y el escritor, no acepta ese tipo de censuras.

El sentido de su obra
Camus ha ofrecido al hombre moderno, su miseria y su grandeza. Toda la obra oscila entre el amor y la ansiedad, entre “el mar y las prisiones”, según frase suya. Contrastes de felicidad y de miseria, de alegría y de angustia, entre los que el autor se debate para intentar arrancar al tiempo, al sufrimiento y a la muerte ese fruto maravilloso que es la vida humana. Todo cuanto él escribió tiende a denunciar la absurdidad del mundo y a buscar desesperadamente el sentido de la vida.
En 1937 escribe su primera obra pero será en 1942 con El extranjero, ambientada en Argelia y El mito de Sísifo, en el mismo año, que revelarán su influencia del existencialismo en su pensamiento, escuela que se interpretaba como una reacción ante una crisis de conciencia a nivel social y cultural
Los existencialistas afirmaban que el hombre es un ser "arrojado al mundo", frase que demuestra el sentir europeo de aquellos años: los europeos se sienten arrojados a un mundo inhóspito, arrojados de sus hogares destruidos y de la seguridad de sus creencias, valores e ideales.
Según la filosofía existencial, no existe una naturaleza, sino una situación humana, lo que hasta ese momento se tenía idea de destino, de carácter inmutable, es eliminado.
El abanderado de este nuevo pensar y sentir es Jean - Paul Sartre y en sus novelas no hay `celosos´ o `avaros´, sino personajes cuya intimidad varía constantemente; y la aceptación de esta variación y la responsabilidad que implica constituyen la libertad. Se trata de describir unas existencias y no unas esencias renunciando a lo universal.
Luego de otras obras llegará La Peste en 1947 y el Hombre rebelde en 1951, libro polémico éste último que provocará la ruptura con Sartre.
En El extranjero, presenta su tema favorito, lo absurdo de la vida humana. El protagonista, Mersault, vive una angustiosa situación que lo lleva a sentirse extraño en su medio y ajeno al alcance moral de sus actos, al asesinato, a la prisión, a la guillotina, sin existir en él rebeldía ni esperanzas; no parece reflexionar él mismo sobre estos temas. A él todo le da igual, desde la muerte de su madre “El día del entierro de mamá estaba muy cansado y tenía sueño, de manera que no me di cuenta que pasaba (…) sólo que `el cielo estaba lleno de sol´”; hasta la decisión de casarse o no con María, “me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Le expliqué que no tenía ninguna importancia”; hasta el haber asesinado a un hombre lo afecta menos que la prohibición de fumar en prisión.
Lo más interesante no es en sí la apatía del personaje hacia todo y hacia todos, sino la percepción de esa apatía por parte de la sociedad. Mersault es distinto de las demás personas, porque solo al final del libro se le puede reconocer algún tipo de sentimiento, y de reacción hacia lo que le está sucediendo. Y lo interesante es que la sociedad lo juzga, no por matar a un hombre, sino por no expresar tristeza por la muerte de su madre, ni remordimiento por la muerte del árabe que el mismo provocó. A Mersault lo condenan por ser diferente a los demás, y porque los demás le temen a esa diferencia, porque la encuentran amenazante.
Mersault es una exageración del hombre moderno, toma la vida como viene, no cuestiona los sucesos. Desde las primeras páginas se nos presenta como una víctima de la sociedad, logra la existencia auténtica en el instante en que el máximo de injusticia lo lleva a la revuelta: al pie de la guillotina, al constatar su miseria, adquiere al fin su dignidad de hombre.”Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me queda esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio”. Este libro sin esperanza, escrito incluso contra toda esperanza, se termina por lo tanto con una promesa.
Mario Vargas Llosa expresó: “Con su comportamiento perturbador, Mersault muestra la precariedad y la dudosa moral de las convenciones y ritos de la civilización. Su actitud discordante con la del ciudadano normal, pone al descubierto la hipocresía y las mentiras, los errores y las injusticias que conlleva la vida social (…)”.
En 1947 publica La Peste, donde la vivencia de lo absurdo llega al máximo bajo la figura del sufrimiento del inocente. Es una novela donde el bacilo es el fascismo, el totalitarismo, la supresión de la libertad. Camus refleja en la obra las miserias y bajezas humanas a partir de la desgracia de una plaga de ratas que invade una ciudad en Argelia. La epidemia reemplaza las plagas de la época; guerra, ocupación, terror.
La historia sucede en Orán, una mañana comienzan a aparecer decenas de ratas enfermas que salen a la superficie para morir. A partir de ese momento, los que se mueren cada día, son personas. Las autoridades se ven obligadas a cerrar las puertas de la ciudad, e iniciar un aislamiento que durará meses enteros.
El protagonista principal es el doctor Bernard Rieux. Es el médico que se juega la vida para salvar la de otros, pero es también un hombre escéptico y casi resignado. Aunque deben luchar contra la enfermedad, los que acompañan a Rieux también tienen su propia lucha interior. Tarrou, un sujeto oscuro que se declara enemigo de la muerte; Rambert, un periodista extranjero que queda atrapado en Orán; el padre Paneloux, un sacerdote enojado con Dios; Grand, un oficinista que quiere escribir un libro y no “le sale nada”; Cottard, un depresivo que prefiere la peste antes que la vida en sanidad.
La ciudad se empieza a venir abajo. En algún sentido esta decadencia nos recuerda las dictaduras, donde las libertades individuales son restringidas o anuladas por el autoritarismo. En la novela el dictador es la peste, la peste representa a la maldad.
Camus reúne en un solo libro tantas ideas y emociones imposibles de describirlas todas juntas. Pero en las últimas páginas aparece el más claro reflejo de la actitud del escritor ante la guerra, la vida y la muerte. “El doctor Rieux decidió redactar la narración por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.
Albert Camus se ha convertido en una especie de director de conciencia de un sector de la juventud francesa y europea de aquellos años de desolación
El hombre rebelde en 1951 es la causa de su alejamiento de Jean Paul Sartre, con discusiones en torno a su interpretación del marxismo, y en él se pregunta por qué los ideales se pervierten, por qué cuando vence la rebeldía se transforma en opresión.
Confiará en la rebelión pero individual, el hombre rebelde hará de su rebelión un deber de conciencia. Camus afirmaba “Yo no descubrí la libertad leyendo a Marx, es verdad, la descubrí en la miseria”. En este libro establece algo así como una línea de resistencia a la historia. “No sólo se vive de lucha y de odio. No siempre se muere con las armas en la mano. Existe la historia y existe otra cosa: la simple felicidad... la belleza”.


El dolor ante el absurdo

En hechos concretos de su vida se ve la coherencia de sus actos, su compromiso como intelectual, su solidaridad y ayuda económica con los refugiados españoles que llegaban a Francia; de los refugiados húngaros con la invasión de los rusos en 1956; su renuncia a la UNESCO, cuando la España de Franco ingresa a las Naciones Unidas en 1952.
En sus `diarios¨ cuenta de cómo lo atormentaba el período donde el ejército francés secuestraba, torturaba y hacía desaparecer gente (profesores de nuestros militares de la dictadura donde aplicaron dicha enseñanza) y cómo el Frente de Liberación Nacional (FLN) - que buscaba la liberación de Argelia -, colocaban bombas matando inocentes.
En 1957 recibe el Premio Nobel de Literatura y tres años después muere en un accidente automovilístico en Villeblerin (Francia), el 4 de enero de 1960.
Poco antes le había declarado a un periodista: “Mi obra aún no ha empezado”.
El primer hombre, ve la luz en el año 1994, y es la novela autobiográfica en la que estaba trabajando Camus cuando lo sorprendió la muerte trágica. El manuscrito es encontrado en una bolsa entre los hierros de lo que quedó del vehiculo y, como un absurdo de sus relatos, se encuentra además el boleto de tren en el que debía volver si no lo hubieran traído aquél día en automóvil.
El primer hombre se editó con muchos puntos sin pulir, escritos al correr de la pluma, sin puntos ni comas y difícil de descifrar, con algunas anotaciones, citas y tachaduras pero, concluida en su esencia y con una enorme carga reflexiva y emocional.
Periodista combativo e inquebrantable, comprometido y polémico, disidente de todas las ortodoxias; el 19 de Noviembre de 1957, luego de recibir el Premio Nobel, escribe:
“Querido Señor Germain: (…) No es que de demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.
El famoso escritor no había olvidado al niño que fue… “mi pequeño Camus” como le decía su maestro, y en quien pensó, además de su madre, aquel día al recibir el Premio.

Juana Spyri, dime tú

La niña de los Alpes Suizos, cumplió 125 años. Seguramente su espíritu travieso, se encuentre aún hoy, retozando entre sus cabritas, sus montañas y sus nubes.


Recordar a Heidi es casi una deuda con nuestra infancia cuando la evocamos. Quizás porque esa niña de cachetes rojos, ojos vivaces y un inmenso poder para robar una sonrisa, aún a seres hoscos e infranqueables, es la representación de aquellos años de niñez que con una sorpresa natural, descubríamos las pequeñas cosas.
Heidi encarna esas virtudes que perdemos a medida que pasa el tiempo o que se han perdido inexorablemente en nuestras sociedades modernas: la espontaneidad, la inocencia, la honradez, el amor a nuestros semejantes y sobre todo a la Naturaleza.
Por eso nuestra añoranza. Al convertirnos en adultos, nos vamos soltando de esa manito tibia que nos acompañó muchas tardes, que nos hizo caer lágrimas inocultables y sentir ternura ante esa niña asombrada ante el simple movimiento de las nubes golpeadas por el viento.
Quizás la misma añoranza que sintió la autora cuando tuvo que dejar esos parajes, ya mayor, para habitar en la gran ciudad, luego de haber pasado su infancia entre los prados, las cabras y las flores, al igual que Heidi, su personaje.
Juana Spiry, la creadora del cuento, nació en 1827 en el pequeño pueblo de Hirzel, cerca de Zurich y fue una niña que trepaba árboles y disfrutaba de la vida sencilla del lugar. Su padre era el médico de la aldea y su madre poetisa y escritora de canciones. La escuela a la cual concurrió había sido un granero en medio de un sembrado.
La casa blanca sobre la montaña verde, que fue el lugar de su nacimiento, todavía se conserva a pocos kilómetros de la ciudad de Zürich y desde las ventanas del piso superior se divisa una fila de pinos oscuros junto al lago.
Al ser mayor, Juana se casó con un abogado y posterior jefe de la cancillería de la ciudad de Zúrich, Johann Spyri. Juana de pronto pertenecía a la alta sociedad. Todo su entorno era lujoso. Pero su mirada triste, su expresión distante. No disfrutaba de su nueva realidad, extrañaba las calles escarpadas subiendo la montaña, el sonido de los cencerros de las cabras, el susurro de los abetos y los olores familiares.
Luego del nacimiento de su único hijo y con depresiones cada vez mas profundas, Juana ingresó al mundo de la escritura. Quizás en principio para poder evadirse de ese entorno que día a día la hacía empalidecer más. El recuerdo de su pueblo y su infancia, representaban en ese momento el único asidero para no caer en el hoyo profundo de la desolación y la tristeza.
Mientras Europa se veía castigada por la guerra Franco-Prusiana, ella escribió la historia de Heidi en cinco semanas, a los 43 años. De esa niña dichosa en los Alpes y más adelante, totalmente infeliz y sombría en la ciudad de Francfort donde la llevó el destino. Reflejo de ella misma que con una pena cotidiana, cada día con su rostro vuelto hacia el horizonte, cerraba los ojos para regresar imágenes de su infancia.
La historia se publicó en 1880 y la crítica instantáneamente calificó la novela como una joya entre la literatura infantil...novela iniciadora de un período de realismo - costumbrismo, donde la fuerza del paisaje y los personajes aparecen bien definidos. Pero el éxito de Juana se ensombreció con la muerte de su hijo, víctima de tuberculosis de los huesos y poco después de su marido, que murió de tristeza. La creadora de Heidi sobrevivió a su marido y a su hijo, 17 años. Falleció en 1901 como una autora venerada dedicada exclusivamente a escribir para los niños: cuentos de los Alpes. Escribir y recordar… recordar para escribir.
La niña de la montaña
Heidi es apenas una niña cuando va a vivir con su abuelo. Huérfana cuando tenía un año, ahora de casi cinco debe aceptar la imposición de su tía materna, Dete de vivir con su abuelo al que jamás había visto. El primer contacto resulta frío y distante, ya que a éste no le agrada la idea de convivir con una niña después de tantos años de vida solitaria. Lo primero que hará será darle un trozo de queso con pan y mostrarle su camita hecha de heno y una ventanita redonda desde donde se ve el campo y el cielo estrellado cuando anochece.Heidi descubre, con eso de sabio que tienen los niños, que bajo esa coraza de hombre duro se esconde un corazón solitario y ella está dispuesta a cumplir el desafío de dulcificarlo.
Junto a Heidi encontramos a Pedro, el niño pastor, su fiel amigo y compañero de juegos con quien irá por las mañanas a dar de pastar al rebaño de cabras que tiene a su cuidado. A la abuela de Pedro, dulce y ciega desde hace muchos años pero, que ve a la niña a través del contacto de sus manos. Ese encuentro desde el corazón que Heidi a su vez percibe y devuelve con largas visitas cargando panecillos blancos.
La misma tía que la lleva a las montañas, tres años después busca a la niña para insertarla en la gran ciudad, en Frankfurt, en casa de un médico, el doctor Sesemann, que tiene una hija, Clara que es paralítica y necesita una compañera para sus estudios. Clarita, por ser huérfana de madre, esta a cargo de la señorita Rottenmayer, institutriz dura y con carácter autoritario. A medida que pasan los días, ocurrirán también, muchos incidentes ocasionados por Heidi y su ingenuidad, como traer a la casa un cesto lleno de gatitos, escapar hasta el más alto campanario para poder divisar sus montañas o invitar a un harapiento organillero que toque su instrumento. Cada situación nueva en la casa, será del agrado de Clarita quien hastiada de lo aburrido y sombrío del lugar, lleno de reglas y horarios, disfrutará de la espontaneidad de Heidi. La institutriz, mientras tanto, posará su mirada escrutadora reprendiendo todo el tiempo a la “niña de la montaña” y sus pocos modales. Pero, Clarita descubrirá a través de Heidi un mundo desconocido y fascinante y se convertirán en buenas amigas.
Los días transcurren monótonos en la ciudad y Heidi está cada vez más triste, ahogando sus sollozos por la noche, ya que no está permitido llorar.
Llega de visitas por un tiempo la abuela de Clarita, pieza fundamental para descubrir el dolor que siente la niña ante el recuerdo de sus montañas y sus afectos. La abuela vislumbra la congoja de Heidi cuando le muestra un libro con grandes figuras de pastores y montañas y la pequeña, con ojos sorprendidos no puede contenerse y rompe en llanto. La abuela comprende todo y promete regalarle el libro cuando la niña aprenda a leer, algo que Heidi hace muy rápido a pesar de enfermar cada día más de nostalgia. El médico de la familia, amigo del padre de Clarita explica que debe volver a Suiza, retornar a las montañas y el padre de Clarita, hombre comprensivo y humano, percibe que la niña debe reencontrarse con la abuelita, con Pedro, con su abuelo… y así parte Heidi hacia su hogar de la montaña.
Al verano siguiente la va a visitar Clara junto a su abuela. Heidi está muy contenta, pero Pedro se pone celoso, pensando que Clara va a llevarse de nuevo a su amiga a la ciudad y empuja por el barranco la silla de ruedas vacía de Clara. La silla se rompe y Clara se atreve a dar unos primeros pasos. Clara camina porque cada sitio que examina es como lo había relatado Heidi, porque es feliz sintiendo el viento en su rostro, porque las cabritas sin conocerla se acercan a saludarla, porque el mundo de los Alpes le había ofrecido una amiga, y esa amiga confiaba en que ella podía caminar.
Heidi también cambió. Había aprendido a leer y ahora podía hacerlo para su abuela ciega del pueblo y para Pedro. Heidi había regresado a su lugar amado, algo que jamás pudo hacer su creadora, Juana Spiry y lo eternizó en su historia.
Y allí en los Alpes, subiendo la montaña, entre la hierba hay azafranes blancos, gencianas azules y unas florecitas amarillas como girasoles pequeños. Y está la cabaña, y al entrar, encontramos una habitación con una mesa desnuda, un banco de madera y la cocina. Al fondo, una escalera de mano lleva a un altillo... y allí, cada noche aún podemos imaginar a Heidi contemplando la Luna, las estrellas y los montes nevados de los Alpes Suizos, antes de cerrar sus ojos para soñar.
Es un cuento escrito en Europa hace dos siglos, con una sociedad rígida y con principios religiosos muy incorporados. Pero con una frescura que trasciende los tiempos, las costumbres y las distancias.
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