Wednesday, August 02, 2006

MANUEL PUIG "El exquisito encanto de lo popular"

Por Verónica Cardozo

Un homosexual enamorado de un revolucionario, una mujer infeliz en su matrimonio idealizando su amor de juventud que murió tuberculoso en Córdoba, un niño que jamás terminó de crecer amparado ante una pantalla de cine: las voces de los personajes que Manuel apresó y eternizó en sus obras.

Tarde de miércoles. Una mujer y su hijo, hundidos en las butacas del Cine Español, en General Villegas, observaban hechizados la pantalla que comenzaba a emitir las primeras escenas de una película.
Male, la madre y Juan Manuel, el niño, compartían ese mágico espacio de ensueños que, al pasar los años, él eternizaría a través de sus guiones convertidos en libros.
“En la pequeña pantalla de cine de una ciudad pequeña - recuerda ya adulto - se proyectaba cada semana una realidad paralela”.
El pequeño era un apasionado del cine, allí se sentía cómodo, tranquilo y ausente de la realidad de ese pueblo en el cual no importaba “que las cosas pasaran sino que se supieran”.
El cine representaba el pasaje hacia otro sitio, rebasando esa frontera que se iniciaba cuando “las luces de la sala se apagaban y los nombres de la estrellas aparecían en la pantalla”.
Terriblemente sensible, sagaz observador del mundo que lo rodeaba, mortificado por no poder cambiar algunas cosas que lo angustiaban, ese niño con el tiempo reflejaría en sus novelas la realidad de una sociedad que le resultaba incomprensible y hostil, haciendo una radiografía de la hipocresía, la falsa moral y el machismo de la clase media.
Él mismo diría que “la clase media de aquel tiempo estaba como rindiendo examen constantemente. Lo que se imponía era el autocontrol, la represión en todos sus aspectos, empezando por el sexual, con ese ritual de la seducción y el posterior abandono que lo caracterizaba”. Ese niño se llamaba Manuel Puig.
Nació en General Villegas, Provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1932.
Su madre Male trabajaba en una farmacia y su padre, Baldomero Puig, era fraccionador de vinos, hombre totalitario que creía - como el modelo de familia de esa época lo imponía - que debía ser fuerte no desde los afectos sino desde la autoridad.
Cada vez que los compañeros de Manuel lo golpeaban en la escuela o se burlaban de él, el padre - para endurecerlo -, le prohibía ir al cine por una semana o un mes; terrible castigo para el retraído cinéfílo.
Desde muy pequeño comenzó a estudiar inglés y más tarde italiano y francés, idiomas del cine que admiraba. En 1946 se trasladó a Buenos Aires - al Wards de Ramos Mejía - para empezar como pupilo en la escuela secundaria y en 1951 inició sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, viajando en 1956 a Roma, con una beca del gobierno italiano para estudiar dirección cinematográfica en el Centro Sperimentale di Cinematografia, tiempo en el cuál comenzó sus estudios de alemán. Pasó luego por Londres y Estocolmo, donde enseñó español e italiano, trabajando como lavacopas o telefonista, donde escribió sus primeros guiones para películas. Entre 1961 y 1962 trabajó como asistente de dirección en diversos filmes en Buenos Aires y Roma. Es así que en 1963 se mudó a New York, donde decidió delinear un guión sobre su infancia, basado en los recuerdos de General Villegas que, en la ficción se llamaría Coronel Vallejos, y él mismo, Juan Manuel, asumiría la identidad de Toto, un niño que nunca crecía y por el cual pasaban, las habladurías del pueblo.
Ese pueblo en donde se había enamorado de los filmes y las divas de la edad de oro de Hollywood, ese mismo pueblo que lo miraba en forma extraña por sus primeras inclinaciones homosexuales.
La investigadora Graciela Goldchluk aclara que “para explicar los problemas, Puig necesitaba contar historias. Escribió su primera novela para explicarse por qué estaba donde estaba a los 30 años, sin una carrera hecha”.
La investigadora es la responsable del libro Un destino melodramático, que vio la luz en marzo del año pasado gracias a que ella pasó años abriendo cajas y revisando servilletas garabateadas en la vivienda de la madre de Puig.
“Soy como alguien que busca oro en el río. Pone el cedazo y quedan las pepitas”, dijo Goldchluk, definiendo al contenido del libro como “textos que contienen un relato pero que no son cuentos”. Libro que marca el inicio de la editorial El Cuenco de Plata.

Sus obras
La traición de Rita Hayworth estaba terminada a fines de marzo de 1965, Puig se la dio a Juan Goytisolo - escritor español y amigo - quien le sugirió la idea de enviar el manuscrito al concurso de Seix Barral.
Fue una de las obras más originales que se habían escrito en América Latina en la época; original por el tema - la paranoia por el cine de una familia de provincia -, y además por la estructura que el autor manejara con soltura.
Esa primera novela estableció el punto de partida hacia las obras que vendrían; al contar las historias, tomaba todos los registros y voces, alteraba los narradores y medios de narrar incluyendo notas de revistas y radionovelas. Diría en ese momento Manuel Puig: "Toda esa afición por lo oral me viene de mi origen provinciano. Allá en la provincia en los últimos 30 y en los 40 no había televisión y se conversaba mucho".
Como definió Piglia, "después de la vanguardia, Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares".

Los amigos por siempre…
Hay una anécdota que cuenta Guillermo Cabrera Infante, el escritor cubano fallecido el 21 del mes pasado, quien compartía la pasión por el cine con Manuel Puig, que dice: “Las primeras cartas de Manuel que leí me las dio en La Habana su íntimo amigo, que también lo fue mío, el eminente fotógrafo Néstor Almendros. Manuel firmaba esas cartas con su seudónimo para un alter ego, Sally, el nombre que tomó prestado de su ídolo, Rita Hayworth, en `My Gal Sal´ (1942), una película menor para un mito mayor. (…) Pasaron algunos años (…) Yo vivía en Madrid pero había viajado a Barcelona a entregar el manuscrito de `Tres tristes tigres´ (publicada en 1965, que llegaría a ser una obra de gran notoriedad internacional) a Carlos Barral, el director literario de la editorial Seix-Barral y jefe del jurado que me había otorgado el primer premio dos años antes. (…) le pregunté a Carlos por el posible ganador del Premio Biblioteca Breve ese año. Carlos me dijo que había dos novelas favoritas, una de ellas se llamaba `La traición de Rita Hayworth´. En ese entonces el título de `La traición de…´ era tan inusitado, inaudito que salté ante su mera mención y dije – vehemente - que debía ganar el premio solamente por su título”.
El remordimiento (o la culpa o las dos cosas juntas) hizo que Barral detestara la novela de Puig y así se ganó un puesto de honor en el diccionario de las malas decisiones el mismo editor que en quince meses había rechazado tres novelas inéditas: La traición de Rita Hayworth, en primer término, De donde son los cantantes de Severo Sarduy y Cien años de soledad, de García Márquez. (¿Es éste un récord?).
Mas tarde Puig recordaría la entrevista con Barral en Barcelona diciendo: "El era rico, tenía clase y era comunista; yo era de hábitos frugales y sólo socialista”. En realidad el escritor fue muy crítico con la política cubana, que perseguía a los homosexuales, y con los intelectuales occidentales que, según él, "hacían turismo gratis yendo a la isla para adular a Castro". Barral, que acababa de volver de Cuba, pensó que Puig lo estaba insultando en su propia cara. El libro, que ya estaba casi aprobado, no salió. Se le permitió presentarlo al Premio Biblioteca Breve. La traición… resultó finalista, pero Mario Vargas Llosa amenazó con dejar el jurado si ganaba "ese argentino que escribe como Corín Tellado". En 1967, la novela fue a parar a manos de Francisco Porrúa, director de Sudamericana. Porrúa decide editarla, pero enfrenta otro tipo de problemas: era la época de Carlos Onganía y la censura estaba a la orden del día. Sudamericana tampoco lo editó. En 1968, por fin, lo publica Jorge Álvarez. La novela apareció en 1968, y en 1969 era proclamada como la mejor del período 1968-1969 por el periódico Le Monde.
Tomás Eloy Martínez cuenta que la primera vez que oyó hablar de Manuel Puig fue en 1967, cuando el editor catalán Carlos Barral lo llamó por teléfono al semanario Primera Plana - del que él era entonces jefe de redacción - para contarle que un "prodigioso escritor argentino" había perdido por un margen de dos votos el premio de novela Biblioteca Breve.
El editor quería que se le haga una entrevista y les dijo que “Juan Puig” estaría en el aeropuerto Kennedy “…a la espera de que aparezca una estrella de cine".
La nota se tituló "Retrato del novelista desconocido", sin saber que, años después se convertiría en uno de los grandes escritores argentinos.
Guillermo Saccomanno recuerda que en el momento en que apareció esta novela, él tenía 20 años y se la devoró. Comparándolo con Rodolfo Walsh explica: “Tanto Puig como Walsh proceden del interior. Ambos están implicados en la tensión centro-periferia, que se expresa en la elección de escrituras marginales (el folletín, el cine, la novela policial, el periodismo). Al adoptar el melodrama, Puig no sólo asume estar de parte de las víctimas. Elige sus voces y ellas son reales. La lucha de clases es también lucha de discursos”.
Boquitas Pintadas, vería la luz en el año1969 e inmediatamente se convertiría en best-seller. Es una novela epistolar, historias de vidas a través de cartas enviadas por las protagonistas mientras que el tiempo transcurre.
Esta novela trataba de “la cursilería”, - según afirmaba el autor - “porque al tener que ocuparme de esos personajes, era inevitable. Interpretaba la cursilería como un fenómeno originado en argentinos de primera generación. Tú sabes que la masa de la población argentina fue formada por la inmigración de principios de siglo, sobre todo italianos, y esos campesinos que llegaron para cambiar de `status´ era gente que venía a olvidar sus tradiciones, no a continuarlas (…) los hijos tuvieron que inventarse un idioma porque en la casa no aprendían el español. Allí sólo se hablaban dialectos. Este estilo de vida y este idioma que tuvieron que aprender, sobre todo en la calle, debió echar mano a modelos totalmente irreales, como el cancionero, los subtítulos del cine, la radio, el periodismo más popular y, en particular, el tono truculento del tango. Esos modelos, además de irreales eran retóricos. ¡Ah!, me olvidaba: también estaba el lenguaje ultraretórico de los libros de lectura en la escuela primaria. Existía, en todos ellos, el deseo de mejorar, de acceder a otro nivel, pero el ideal de fineza y elegancia sólo los conducía a la cursilería”.
Si bien el escritor nunca tuvo una militancia ideológica, tenía una particular valentía para defender sus puntos de vista a través de sus obras. Enfrentado al peronismo,
a los sectores izquierdistas y proguerrilleros de ese movimiento y a los militares, sus libros sufrieron prohibiciones teniendo que poner distancia con la Argentina.
En 1973 aparece su tercera novela: The Buenos Aires Affair, reflejando en la ficción la burla a Juan Perón y las teorías movimientistas de la época. Su homosexualidad también impregnó las páginas de las ficciones, aunque en realidad sus reflexiones sobre la sexualidad fueron siempre complejas y abarcaban tanto al hombre como a la mujer.
En 1975 recibió amenazas de la Triple A, en el `76 fue prohibido por los militares.
Después de repetidas amenazas telefónicas, Puig abandonó la Argentina para establecerse en México, donde terminó su tercer libro en 1976.
El beso de la mujer araña, fue prohibido de inmediato en la Argentina.
Es la historia de dos hombres que están encarcelados juntos pero, son totalmente diferentes a pesar de sufrir la misma injusticia de un orden represivo.
Los protagonistas son Valentín Arregui Paz, ideólogo y aspirante a revolucionario y Luis Molina, decorador de vidrieras, homosexual y aspirante a “mujer fatal”.
En el transcurso del libro, Molina le narra a su compañero distintas películas que vio en su infancia, se hacen amigos hasta que el revolucionario accede a tener relaciones con el homosexual, ante lo que Puig dice: “Lo que lo mueve, para mí, es la necesidad de dar algo, a cambio o en pago, de lo mucho recibido. Se siente muy pobre, no tiene otra forma de responder a toda la bondad del otro. El factor inicial es la piedad. Luego, claro, juegan otros factores. Pero es la piedad la que hace superar los prejuicios”.
Al final de la novela Molina es asesinado por los compañeros de Valentín, por los revolucionarios, pero es él el que lo pide antes de que la policía descubra una cita mediante la cual ayudaría a los revolucionarios, porque sabe que si lo apresan no va a tener la fuerza de no hablar y así es que prefiere morir, quedar limpio a los ojos de la persona amada, en un sentido romántico y muy femenino ¿no? Porque antes que nada, para él está el rol que se ha elegido en la vida. Por lo demás, toda la novela es una reflexión sobre los roles; los dos personajes están oprimidos, prisioneros de los mismos, y lo interesante es que en un cierto momento logran huir de los personajes que se han impuesto. Pero no es que superen todos los límites; Molina queda como la heroína romántica que elige la muerte bella, el sacrificio por el hombre amado.
En 1979 apareció Pubis angelical, donde la obra relata una historia desdoblada en dos planos paralelos, correspondientes a la psiquis de la protagonista.
En el conciente es una mujer enferma en una clínica que, a través de su vida amorosa, da claves de la historia argentina y, en el plano del inconciente, expresa peripecias imaginarias que empiezan en Europa en los años treinta. Ambos planos muestran el amor desdichado y traicionado.
Puig en 1981 se radicó en Río de Janeiro, Brasil. En 1988 apareció su última novela, Cae la noche tropical. Un año después abandonó Brasil para volver a México, estableciéndose con su madre en Cuernavaca. Dejó inconclusa su novena novela: Humedad relativa: 95%., ya que murió el año 1990.
Puig y el cine
En 1974 se estrenó Boquitas Pintadas de Leopoldo Torres Nilsson, adaptación en la que Manuel Puig no quedó muy conforme, ya que se sintetizaba lo complejo de su literatura para adaptarla al cine.
En 1982 Pubis angelical, de Raúl de la Torre.
En 1985 el mismo escritor hizo la adaptación para cine de El beso de la mujer araña, filmada por el argentino Héctor Babenco. El actor Raúl Julia, sería Valentín, y William Hurt como Molina. Actuaría también Sonia Braga. El beso de la mujer araña tuvo un gran éxito y William Hurt recibió un Oscar por su interpretación de Molina. Llegó a todo el público por ser un tema universal, el amor sin barreras además de la denuncia a los regímenes dictatoriales y la clara posición a favor de la liberación sexual.

La muerte devoradora
El miércoles 18 de julio de 1990 a las diez de la mañana, Manuel estaba sentado en su estudio de Cuernavaca, escribiendo, cuando sintió algo en el vientre, un dolor punzante que lo hizo arquear el cuerpo de dolor, la noche había sido insoportable, se sentía abatido, sin entusiasmo, sin imaginación para continuar su trabajo."Estoy empezando a dudar de mí, mamá", le dijo a Male. Era una terrible enfermedad que lo acosaba, desconocida, persistente, tenaz, que le estaba quitando todo... lentamente.
A las diez y dos minutos regresó el dolor, mas intenso haciéndolo palidecer y desplomarse sobre su máquina de escribir.
A las tres de la tarde, lo llevaron al quirófano. Salió a las siete y media con un rostro distinto, con la piel tensa, la muerte lo estaba marcando de frente y no le daba chance.
Luego de dos días de estar en estado de coma, despertó diciendo cosas incongruentes, los médicos dijeron que le extirparon la vesícula y que estaba débil el corazón…
Manuel murió el domingo 22 al amanecer, en silencio, suave y obedientemente.
Como diría Cabrera Infante: “Su muerte súbita añadió misterio a las circunstancias extrañas en que ocurrió”.
Al tiempo su madre, recordándolo, diría: “A todas las personas les gusta que las quieran, pero él era más sensible que nadie a esas cosas”.

ESE CLARO OBJETO DEL DESEO

(o el increíble relato de una sesión de pareja que probó de forma indubitable que madre no hay una sola)
Por Alfredo Grande (*)
Especial para Letra VIVA Periodismo Gráfico

“Arroró mi niño, arroró mi amor, arroró producto, de inseminación”. Me estaba traicionando la atención flotante. Recurso técnico del psicoanalista para no descartar artificialmente, es decir, prejuiciosamente, las palabras del paciente. Dejarse llevarse por el oleaje del inconciente. Seguramente, la adulteración que había realizado de la canción de cuna era resultado del impacto del motivo de consulta.
Una de las mujeres tomó la palabra. “Lucia consulta porque está muy ansiosa. Me tiene preocupada”. Asentí. “Está embarazada de tres meses. El obstetra dice que anda todo muy bien”. Asentí. “Pero hace varias noches que no duerme o se despierta muchas veces”. Asentí. “Es cierto, quiero controlarlo pero no lo consigo. Tengo tantas ganas de tenerlo...pero siento tanto, pero tanto, tanto miedo...”. Asentí. Noté que la mujer que acompañaba a Lucia, la persona que había pedido la consulta, le toma con firmeza la mano. Asentí. “Muy bien, en cierto sentido es comprensible. ¿La señora es primeriza?”, pregunté con cierto aire de suponer la respuesta. “Si, doctor, soy profundamente primeriza”, contestó Lucía con una sonrisa tierna que yo no estaba en condiciones de registrar. Asentí. “¿Y porque no asistió el padre?” pregunté, mientras buscaba el talonario de recetas que parecía sufrir de fobia porque siempre se ocultaba. De reojo, con la mirada de chanfle, adiviné que las dos mujeres se miraban sorprendidas. “Somos lesbianas”, acotó la mujer que acompañaba a Lucia. No asentí. En verdad, hubiera querido ser talonario de recetas y permanecer oculto unos meses. “Felicitaciones”, se me escapó haciendo gala de una ridícula espontaneidad. Delicadamente pregunté: “Quiero decir, son lesbianas, pero usted Lucia, está embarazada”. Levanté las cejas como interrogando. Lucia a su vez levantó las cejas. Un silencio eterno de tres segundos compactó el tiempo. La mujer que acompañaba a Lucía me miró, no se aún si comprensiva o compasivamente. “Lucía fue inseminada así que va a tener un hijo”. Lucia protestó. “Vamos a tener un hijo”. Asentí sin saber que cosa estaba asintiendo. “Será un caso de folie a deux, la clásica locura de a dos descripta por los clásicos?”, pensé mientras la canción del arroró taladraba mi atormentado psiquismo. “Veamos” dije, aunque empezaba a comprender que el único ciego era yo. “La inseminaciòn artificial implica el reconocimiento de la necesidad del varón para la procreación consentida” dije, a pesar que cada palabra debía tener el mismo efecto que el opio a grandes dosis. La compañera de Lucia tosió. “Doctor, no consultamos por eso. Lucia está muy angustiada”. “Yo también, ¿o piensan que soy de caucho?”, casi deseaba que fueran telépatas, aunque fueran telépatas lesbianas. Si pudieran leer mis pensamientos quizá simplemente se marcharan. Era necesario que recuperara algo de la autoridad médica. “La ausencia de padre, es decir, de una ley que regula el exceso deseante hace que la angustia señal derrape”. Y para finalizar la patética intervención, agregué con un estilo blumbergiano “¿Me entiende?”. “Nosotras si, pero me parece que el que no entiende es usted”, agregó la mujer que acompañaba a Lucia y de la cual no podía recordar el nombre. Eso me enojó. Podría decirse que mi contratransferencia me jugó una mala pasada. Podría decirse, pero no lo digo. Simplemente me enojé. “Yo no entiendo, pero la que está angustiada es Lucia. Y como no va a estarlo cuando está embarazada y no hay señal ni marca de hombre, de padre, de familia?”. Ahora comprendo que mi intervención fue un acto de suicidio. Al menos, de suicidio científico. La mirada de Lucia fue un collage de sorpresa, pesar, congoja. Lentamente se levantó de la silla y le dijo a su (¿cómo diablos se llamaba?) compañera: “Vamos, este hombre no puede ayudarme”. En ese momento, solamente era reconocido por mi sexo manifiesto. Hombre...Algo debió percibirse en mi rostro que la compañera de Lucía se detuvo: “¿Por qué no puede entender? ¿Por qué no quiere entender?” Más que una pregunta, la sentí como una amarga comprobación. Volvieron por un instante algunos recuerdos de mi infancia, soldados a frases huecas. “Mamá me ama. Papá trabaja en el banco. Papas y apios. Salimos de vacaciones”. En realidad no podía entender porque no quería entender. Me senté nuevamente, con esa rara sensación de borrachera que agarra cuando uno se conecta con las emociones mas profundas. Ante un suave gesto de su compañera, Lucía también se sentó. “Podemos hacer un seguimiento de su embarazo. Si está angustiada toma medio de esto. Es inocuo para el bebé. En caso que esté sola....”. La compañera de Lucia me interrumpió. “Nunca va a estar sola. Nunca más”.
Ese nunca más taladró la corteza de mi memoria. Los relatos tantas veces escuchados tuvieron dimensión y consistencia. Mi madre esperando a su bebé sola, porque había preferido la soledad a la compañía de una madre acusadora. Mi padre fue una espera y una herida absurda. No hay angustia peor que desear lo que nunca jamás sucedió, cantó el poeta. Cuantas veces en la vida de una mujer, en la vida de tantos hijos no hubo padre. Hasta la minúscula es demasiado.
“¿Ustedes están seguras?”. Por primera vez, las dos sonrieron. “Tenga la total seguridad que es uno de los pocos casos de un claro objeto deseo”, me aclaró Lucia que parecía reconciliada con mi torpeza. Ya estábamos parados y las estaba acompañando a la salida. No era momento de pedirle a la compañera de Lucia que me dijera su nombre. Temía que mi curiosidad me delatara. Saludé con un beso a Lucía y a su compañera. Con dudas quise preguntarle. “Discúlpeme, pero usted es...?”. La compañera de Lucia me miró con ternura. “Sabe lo que pasa doctor...Madre no hay una sola”.
Y se fueron.
(*) Psiquiatra. Psicoanalista. Presidente Honorario de ATICO, Cooperativa de Trabajo en Salud Mental. Escritor, autor de Psicoanálisis Implicado (1996, 2002, 2004. Topía Editorial).
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