Monday, July 31, 2006

Juana Spyri, dime tú

La niña de los Alpes Suizos, cumplió 125 años. Seguramente su espíritu travieso, se encuentre aún hoy, retozando entre sus cabritas, sus montañas y sus nubes.


Recordar a Heidi es casi una deuda con nuestra infancia cuando la evocamos. Quizás porque esa niña de cachetes rojos, ojos vivaces y un inmenso poder para robar una sonrisa, aún a seres hoscos e infranqueables, es la representación de aquellos años de niñez que con una sorpresa natural, descubríamos las pequeñas cosas.
Heidi encarna esas virtudes que perdemos a medida que pasa el tiempo o que se han perdido inexorablemente en nuestras sociedades modernas: la espontaneidad, la inocencia, la honradez, el amor a nuestros semejantes y sobre todo a la Naturaleza.
Por eso nuestra añoranza. Al convertirnos en adultos, nos vamos soltando de esa manito tibia que nos acompañó muchas tardes, que nos hizo caer lágrimas inocultables y sentir ternura ante esa niña asombrada ante el simple movimiento de las nubes golpeadas por el viento.
Quizás la misma añoranza que sintió la autora cuando tuvo que dejar esos parajes, ya mayor, para habitar en la gran ciudad, luego de haber pasado su infancia entre los prados, las cabras y las flores, al igual que Heidi, su personaje.
Juana Spiry, la creadora del cuento, nació en 1827 en el pequeño pueblo de Hirzel, cerca de Zurich y fue una niña que trepaba árboles y disfrutaba de la vida sencilla del lugar. Su padre era el médico de la aldea y su madre poetisa y escritora de canciones. La escuela a la cual concurrió había sido un granero en medio de un sembrado.
La casa blanca sobre la montaña verde, que fue el lugar de su nacimiento, todavía se conserva a pocos kilómetros de la ciudad de Zürich y desde las ventanas del piso superior se divisa una fila de pinos oscuros junto al lago.
Al ser mayor, Juana se casó con un abogado y posterior jefe de la cancillería de la ciudad de Zúrich, Johann Spyri. Juana de pronto pertenecía a la alta sociedad. Todo su entorno era lujoso. Pero su mirada triste, su expresión distante. No disfrutaba de su nueva realidad, extrañaba las calles escarpadas subiendo la montaña, el sonido de los cencerros de las cabras, el susurro de los abetos y los olores familiares.
Luego del nacimiento de su único hijo y con depresiones cada vez mas profundas, Juana ingresó al mundo de la escritura. Quizás en principio para poder evadirse de ese entorno que día a día la hacía empalidecer más. El recuerdo de su pueblo y su infancia, representaban en ese momento el único asidero para no caer en el hoyo profundo de la desolación y la tristeza.
Mientras Europa se veía castigada por la guerra Franco-Prusiana, ella escribió la historia de Heidi en cinco semanas, a los 43 años. De esa niña dichosa en los Alpes y más adelante, totalmente infeliz y sombría en la ciudad de Francfort donde la llevó el destino. Reflejo de ella misma que con una pena cotidiana, cada día con su rostro vuelto hacia el horizonte, cerraba los ojos para regresar imágenes de su infancia.
La historia se publicó en 1880 y la crítica instantáneamente calificó la novela como una joya entre la literatura infantil...novela iniciadora de un período de realismo - costumbrismo, donde la fuerza del paisaje y los personajes aparecen bien definidos. Pero el éxito de Juana se ensombreció con la muerte de su hijo, víctima de tuberculosis de los huesos y poco después de su marido, que murió de tristeza. La creadora de Heidi sobrevivió a su marido y a su hijo, 17 años. Falleció en 1901 como una autora venerada dedicada exclusivamente a escribir para los niños: cuentos de los Alpes. Escribir y recordar… recordar para escribir.
La niña de la montaña
Heidi es apenas una niña cuando va a vivir con su abuelo. Huérfana cuando tenía un año, ahora de casi cinco debe aceptar la imposición de su tía materna, Dete de vivir con su abuelo al que jamás había visto. El primer contacto resulta frío y distante, ya que a éste no le agrada la idea de convivir con una niña después de tantos años de vida solitaria. Lo primero que hará será darle un trozo de queso con pan y mostrarle su camita hecha de heno y una ventanita redonda desde donde se ve el campo y el cielo estrellado cuando anochece.Heidi descubre, con eso de sabio que tienen los niños, que bajo esa coraza de hombre duro se esconde un corazón solitario y ella está dispuesta a cumplir el desafío de dulcificarlo.
Junto a Heidi encontramos a Pedro, el niño pastor, su fiel amigo y compañero de juegos con quien irá por las mañanas a dar de pastar al rebaño de cabras que tiene a su cuidado. A la abuela de Pedro, dulce y ciega desde hace muchos años pero, que ve a la niña a través del contacto de sus manos. Ese encuentro desde el corazón que Heidi a su vez percibe y devuelve con largas visitas cargando panecillos blancos.
La misma tía que la lleva a las montañas, tres años después busca a la niña para insertarla en la gran ciudad, en Frankfurt, en casa de un médico, el doctor Sesemann, que tiene una hija, Clara que es paralítica y necesita una compañera para sus estudios. Clarita, por ser huérfana de madre, esta a cargo de la señorita Rottenmayer, institutriz dura y con carácter autoritario. A medida que pasan los días, ocurrirán también, muchos incidentes ocasionados por Heidi y su ingenuidad, como traer a la casa un cesto lleno de gatitos, escapar hasta el más alto campanario para poder divisar sus montañas o invitar a un harapiento organillero que toque su instrumento. Cada situación nueva en la casa, será del agrado de Clarita quien hastiada de lo aburrido y sombrío del lugar, lleno de reglas y horarios, disfrutará de la espontaneidad de Heidi. La institutriz, mientras tanto, posará su mirada escrutadora reprendiendo todo el tiempo a la “niña de la montaña” y sus pocos modales. Pero, Clarita descubrirá a través de Heidi un mundo desconocido y fascinante y se convertirán en buenas amigas.
Los días transcurren monótonos en la ciudad y Heidi está cada vez más triste, ahogando sus sollozos por la noche, ya que no está permitido llorar.
Llega de visitas por un tiempo la abuela de Clarita, pieza fundamental para descubrir el dolor que siente la niña ante el recuerdo de sus montañas y sus afectos. La abuela vislumbra la congoja de Heidi cuando le muestra un libro con grandes figuras de pastores y montañas y la pequeña, con ojos sorprendidos no puede contenerse y rompe en llanto. La abuela comprende todo y promete regalarle el libro cuando la niña aprenda a leer, algo que Heidi hace muy rápido a pesar de enfermar cada día más de nostalgia. El médico de la familia, amigo del padre de Clarita explica que debe volver a Suiza, retornar a las montañas y el padre de Clarita, hombre comprensivo y humano, percibe que la niña debe reencontrarse con la abuelita, con Pedro, con su abuelo… y así parte Heidi hacia su hogar de la montaña.
Al verano siguiente la va a visitar Clara junto a su abuela. Heidi está muy contenta, pero Pedro se pone celoso, pensando que Clara va a llevarse de nuevo a su amiga a la ciudad y empuja por el barranco la silla de ruedas vacía de Clara. La silla se rompe y Clara se atreve a dar unos primeros pasos. Clara camina porque cada sitio que examina es como lo había relatado Heidi, porque es feliz sintiendo el viento en su rostro, porque las cabritas sin conocerla se acercan a saludarla, porque el mundo de los Alpes le había ofrecido una amiga, y esa amiga confiaba en que ella podía caminar.
Heidi también cambió. Había aprendido a leer y ahora podía hacerlo para su abuela ciega del pueblo y para Pedro. Heidi había regresado a su lugar amado, algo que jamás pudo hacer su creadora, Juana Spiry y lo eternizó en su historia.
Y allí en los Alpes, subiendo la montaña, entre la hierba hay azafranes blancos, gencianas azules y unas florecitas amarillas como girasoles pequeños. Y está la cabaña, y al entrar, encontramos una habitación con una mesa desnuda, un banco de madera y la cocina. Al fondo, una escalera de mano lleva a un altillo... y allí, cada noche aún podemos imaginar a Heidi contemplando la Luna, las estrellas y los montes nevados de los Alpes Suizos, antes de cerrar sus ojos para soñar.
Es un cuento escrito en Europa hace dos siglos, con una sociedad rígida y con principios religiosos muy incorporados. Pero con una frescura que trasciende los tiempos, las costumbres y las distancias.

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